CEREZOS

Mis pies.
Descalzos.
Acariciaban las hojas caídas que habían en mi paso.
La brisa.
Susurraba en mi oído una dulce melodía que incluso hizo que las hojas de los cerezos bailaran al son de las notas.
Mis manos.
Iban tocando los troncos.
Uno por uno...
Sintiendo las rugosas capas de cada árbol que tocaba.
Al final de ese largo camino.
Que dio la sensación de ser tan breve como la visión de un rayo.
Había alguien esperando a que llegara al final.
A cada paso que daba.
La melodía iba sonando más bajo.
Las hojas.
Cada vez más inmóviles me gritaban que diera media vuelta.
Mis pies.
Doloridos por las espinas que aparecieron en ese camino.
Empezaron a sangrar.
Las lágrimas de dolor en mis ojos.
Me suplicaban que volviera al paraíso que deje atrás.
Mi llanto.
Preso del pánico y el miedo no paraba de llorar.
Diciendo que ese era mi fin.
Y yo.
Yo con la intriga de saber quien era ese ser.
Me empujaba a mi misma a dar esos pasos
por dolorosos que fueran.
Al llegar al final.
Mi cuerpo se desvaneció.
Cayendo en esas dolorosas espinas.
Haciendo que mi piel se rompiera por cada espina clavada en mi ser.
Derramando así sangre que circulaba por mis venas.
Entonces lo supe.
El día llegó.