La historia de un hombre (3)

Esta es la historia de un hombre que en busca de pureza encontró envidia y corrupción.
Érase una vez un hombre con un corazón tan blanco que cegaba a la gente con la que se cruzaba en un pequeño pueblo.
"No es posible tanta pureza en un hombre con tan poca estima".
Y es que para tener tal pureza, el hombre renunció al ego, entregándose a una vida bohemia donde la importancia de sus actos residía en el efecto que tenía en las almas que él rozaba con la suya.
Así que entre tanta envidia, una mala mujer se acercó a él, con la certeza de que visto de más cerca, esa blancura se ennegrecía.
Tenía razón.
Acercándose a él, empezó a crear una sombra entre esa blancura, creando ese efecto grisáceo que ella buscaba, sin darse cuenta de que no era más que su propio reflejo plasmado en alguien que se negaba a buscar fallos ajenos, teniendo los fallos propios que debía corregir.
Con orgullo y con un egocentrismo gigante que le llenaba el pecho de más envidia y corrupción, corrió hacia la gente de ese pueblo para hacer correr la voz.
"No todo es lo que parece, esa blancura no es más que el falso efecto que nos quiso enseñar. Y es que todos de lejos somos bellos y puros, una vez que se acercan a nosotros lo suficiente empezamos a ver la negrura del alma, y la suya... que dios lo ampare, porque de tanta maldad no se puede salvar ni con mil sonrisas".
Todos se alegraron.
Estaban contentos al saber que esa envidia que sentían hacia el hombre más puro no era más que una falsa envidia vacía e inexistente.
Con ganas de llenar ese ego, se acercaron a él para ser testigos directos de esa negrura del alma del hombre más puro.
Vino el primero, el segundo, el tercero... Y así hasta que lo rodearon sin dejar un solo espacio. Ya no había ni una pizca de blanco en esa torturada alma.
La gente de ese cruel pueblo se asombraron tanto al ver que no había ni una pizca de blancura en esa alma, que impulsados por la euforia de ser mejores que alguien que decía ser bueno, empezó el discurso de no poder tener en ese pueblo un ser tan ennegrecido.
Echaron al hombre más puro de ese pequeño pueblo.
La gente del pueblo veían como una mancha blanca se alejaba de ellos.
Mientras el hombre, caminando con la certeza de que Dios le depararía algo mejor, al girar la cabeza vio nada más que un cúmulo de manchas grisáceas que celebraban su falsa pureza.
Y así fue como el hombre con el alma más pura y blanca, ante los ojos de la envidia fue visto como un alma impura y grisácea.