Patria exiliada

Nos dijeron que eran los malos.
Que sus rocas envenenadas asesinaban gente inocente.
Nos dijeron que los niños, eran criados con una mentalidad malvada y asesina.
Nos dijeron que las madres, ideaban una estrategia de conquista, de ser las creadoras de millones y millones de soldados.
Nos dijeron, que todo hombre, con tez morena y barba, era un tirano. Tirano de mujeres. Tirano de libertad. Tirano de democracia.
Nos dijeron tantas cosas, que cuando aquellos tiranos, creadores de estrategias malvadas y niños con piedras envenenadas en sus pequeñas manos, nos mostraron que mientras ellos lanzaban rocas, los inocentes lanzaban misiles que destruían todo un barrio, no supimos como reaccionar.
Que aquellas madres malvadas, creaban soldados, cuyo único sueño era vivir plenamente la maternidad. Ellas mismas se avergonzaban de traer a sus hijos a un mundo tan injusto. Siempre con la certeza de saber que nunca podrán darles una vida que merezcan.
Nos acabaron mostrando una imagen, de aquel hombre tirano, tirado en el suelo, intentando acallar sus sollozos, ante el cuerpo inerte de su hija de 8 años, recordando que días antes vino corriendo hacia él, con un diploma en la mano; "1.er premio de recitación de poesía".
Unas lágrimas, que según la gente inocente, eran lágrimas envenenadas, porque cada lágrima que tocaba aquel suelo injusto, creaba un nuevo enemigo, que buscaría la sombra de unos antepasados que le relatarían todo lo que ocurrió en su ausencia.
Caminé por las calles de los inocentes, y vi a gente hacer deporte, madres llevando a sus hijos al colegio. Vi camiones repartir helados en la salida de los colegios.
Vi como una anciana caminaba con su bastón hacia un banco y observar el gran campo de olivos por el que tanto luchó.
Cuando caminé por las calles de los malos, vi a gente correr escapando de misiles que ya tenían sus nombres escritos.
Vi a madres llevar los restos de sus hijos a un hospital sin techo, como si de una semilla se tratara, como si pudieran ver renacer a sus pequeños.
Vi camiones de helados, que en vez de repartir helados, contenían el cuerpo de aquellos miembros no encontrados de familias no encontradas.
Vi como una anciana caminaba con su bastón hacia ningún sitio, con una mano abrazada al pecho, abrazando una llave, la llave de aquel gran campo de olivos del que tuvo que exiliarse, como quien se exilia de su propia patria. La renuncia de unos árboles que vieron como el padre, del padre del padre de aquella anciana lloraba la pérdida de su herencia.
Y dime qué es peor, ¿ser exiliado de tu propia patria? ¿O que tu patria haya sido exiliada de ti?